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Libros digitales de la Historia de Antofagasta y el Oro en Chile
Con estas tres publicaciones el Centro de Investigación Histórico Cultural Isaac Arce Ramírez podrá llegar a un mayor número de lectores gracias al formato digital, cuyo lanzamiento se realizó el 14 de junio.
El opúsculo publicado inicialmente en 1983, “Hombre y Cabildo de los orígenes históricos de la ciudad de Antofagasta” obra del destacado profesor e historiador Adolfo Contador Varas, pone en valor la historia, el progreso urbano y social de la ciudad , donde destaca el trabajo historiográfico de uno de los investigadores que más ha contribuido al rescate de antecedentes, mediante el estudio de las actas municipales.
Por su parte la “Historia antigua y moderna de Antofagasta”, columnas de Isidro Morales y recopilación de Eduardo Téllez y Héctor Ardiles, es el resultado final de la primera etapa del proyecto Historia de la región de Antofagasta. Una revisión en onda corta (columnas), iniciada en 2018 y que finaliza en este 2020. El antedicho producto fue uno de los objetivos centrales del periodo, sobre la idea de ofrecer un marco de referencia global al público regional acerca de lo que ha sido la historia antofagastina a partir de su primer poblamiento moderno (1866). Por tanto, el estudio está centrado en brindar una visión holística de la evolución de la ciudad, perspectiva destinada a construir un marco introductorio genérico de esta historia local, antes de entrar a temáticas más específicas, y que son parte de los objetivos de las etapas subsiguientes.
Ciñéndose a la lógica del epígrafe del proyecto, la obra producida adopta el método comunicacional de la columna (formato de una carilla y tres cuartos), que favorece una exposición dinámica, concisa y precisa del caso de que trata. Así, mediante este método puntuado, caleidoscópico, van pasando ante el lector-espectador, como si de un écran se tratara, los grandes y nimios personajes que habitaron o pasaron por esta urbe-puerto, las festividades, las instituciones, los teatros, cines, diarios, radios, templos, barrios, monumentos, parques, casas y clubes de venerable memoria, los grandes aconteceres deportivos, las formas recreacionales, la trepidante historia social y económica de este trozo mineral del país, la arquitectura citadina, los compositores y las canciones de leyenda, el ir y venir de las instituciones y la política, las incidencias, chascarrillos, sucesos y toda esa materialidad huyente que llamamos vida cotidiana ... y hasta los poblamientos precolombinos de su costa. En realidad, aún hay mucho más que eso pero sería demasiado lato describirlo. Prácticamente esta la vida histórica entera, o casi, de Antofagasta narrada a pantallazos, en “onda corta”, con prosa sencilla, nítida, ajustada y funcional al propósito de informar narrando.
Con esta recopilación, facilitada por la disposición del archivo digital del autor y consumada por los historiadores que firman, cristalizada en una maqueta que pronto se transformará en un libro, damos por cumplida la fase preliminar del proyecto de referencia, que consumió los años 2018 y 2019, y un pedazo de nuestras vidas.
Cabe destacar también el homenaje que se le hizo durante la jornada al periodista y escritor, Isidro Morales Castillo, por su dilatada trayectoria en el campo de la investigación e historiografía, reconocimiento que vino de sus pares Héctor Ardiles Vega y Eduardo Téllez Lúgaro, respectivamente.
Por último, el libro “El Siglo del Oro 1540-1600” de Eduardo Téllez, da cuenta del siglo del oro español, que nació al unísono con Santiago del Nuevo Extremo. Ambos son parte de la misma vorágine y de una madre común: la simple necesidad, que es también la mater dolorosa de la economía política. Si Santiago pretendía ser la punta de lanza de la civilización en el sur de una cristiandad posible, requería de una riqueza de urgencia que hiciera factible aquel designio excesivo. Y esa opulencia dormía en los remansos de los ríos y esteros del país. EL oro. No el del Rin. El nuestro. La dominación inca hizo de Chile una factoría aurífera, con núcleos significativos en Copiapó (Viña del Cerro), Elqui, Choapa y Aconcagua (Quillota). El padre Rosales (I, 319), aventura que las descubiertas del adelantado Almagro incautaron en Tupiza, 14 quintales (460 kg.) de oro en tejuelos de $ 50 cada uno, marcadas con un pecho de mujer, sin contar dos granos del mismo metal noble, evaluados en 15 y 17 mil y tantos pesos. El grueso del tesoro valdría, tasado en castellanos, $115 mil. Después, en Quillota, se le hizo entrega de otros 200 mil pesos del tesoro real del Inga y un suplemento de 300 mil ducados de oro, i. e., 3.300.000 de reales (id.,327). Para darse una idea de estas magnitudes, con seguridad desbordadas por la imaginación de los autores, en solo cuarenta años de mita (labores en turnos) incaica, Chile ha de haber suministrado al Tahuantinsuyo 18.400 kg., valuados en $ 4.600.000. Aludimos a unas 19 toneladas del metal. Por más que estas cantidades sean hinchadas y hasta quiméricas, es atrayente pensar que Siglo del Oro lo iniciaron los incas y no los peninsulares.